Como profesor de Geografía e Historia en secundaria y bachillerato, una de nuestras tareas más complejas —y más necesarias— es enseñar el valor de la memoria democrática. No se trata solo de transmitir datos, fechas o nombres, sino de dotar a nuestros jóvenes de herramientas para entender el pasado reciente y el presente en el que viven.
Por eso, cada vez que en clase abordamos la historia del terrorismo en España, me doy cuenta de hasta qué punto el asesinato de Miguel Ángel Blanco, en julio de 1997, se está desdibujando en la conciencia colectiva de las nuevas generaciones. Y eso, sinceramente, debería preocuparnos.
Miguel Ángel Blanco fue secuestrado y asesinado por ETA con un objetivo claro: doblegar al Estado mediante el terror. Tenía 29 años y era concejal del Partido Popular en Ermua. Su ejecución, tras 48 horas de ultimátum y angustia nacional, desató una reacción ciudadana sin precedentes. Aquel clamor espontáneo —el llamado “espíritu de Ermua”— representó un antes y un después en la respuesta social al terrorismo. Por primera vez, el miedo fue superado por la unidad, la dignidad y la defensa pública de la vida y la democracia.
nuevecuatrouno.com (29/07/2025)
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